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¿Qué era el Mercado Común del Sur?

“Y aún podemos estar peor. No estamos en lo peor mientras podamos decir ‘esto es lo peor’”. W. Shakespeare, “Rey Lear”, Acto IV, Escena 1a.

Seguramente la  pregunta del título sea la  que se harán los historiadores dentro de unos años. Para esos futuros investigadores, un tanto arqueológicos,  el Mercosur virtual por cierto habrá existido. El real, no existió nunca. Hemos tenido el Mercosur de papel. El Mercosur de las metas y los objetivos propuestos, no.

En el Mercosur los intereses individuales de sus Estados Partes solamente han perjudicado al conjunto: los egoísmos “nacionalistas” (por no decir transgresoramente “nacionanistas”), el proteccionismo exacerbado, las barreras no arancelarias, la sustitución de importaciones y la falta de comprensión de estar inmersos en un proceso de integración en el cual siempre hay que ceder algo para obtener mucho, le han causado demasiado daño al Mercosur. Probablemente un daño irreparable.

Algunos entendidos especialistas han creído que el posible y todavía no concretado ingreso de Venezuela al Mercosur mejoraría las cosas. Grave error. Solamente las empeorará. Más allá de las discrepancias formales al respecto estamos convencidos de que el ingreso de Venezuela habrá de ser el último clavo en el ataúd del Mercosur tal cual lo hemos conocido en sus primeros años y tal cual fue la intención al firmarlo hace diecinueve.

El Mercosur según nuestro estimado Dr. Félix Peña requiere “reglas flexibles”. Esto es cierto, en parte. Es indudable que los países miembros han demostrado en repetidas oportunidades su falta de vocación integracionista y su inoperancia en hacer efectivo el cumplimiento de los compromisos firmados y de las normas obligatorias, dado que solamente han efectivamente internalizado poco menos de la mitad, demostrando con ello su falta casi absoluta de voluntad de cumplir con lo pactado. Entonces si por su incapacidad o por su desidia o negligencia no pueden acatar lo más, que acaten aunque sea, lo menos. Por más que aceptar el establecimiento de “reglas flexibles” signifique un reconocimiento expreso de su absoluta falta de interés en llevarlas a la práctica. Pero aún así, eso no sería nada comparado con la mayor libertad (aquí llamada “flexibilidad”) que tendrían según la propuesta del Dr. Peña. Nos tememos que sea un jubileo total, un verdadero “Viva la Pepa” donde cada uno seguirá haciendo lo que quiera como actualmente, pero ahora con aval y respaldo jurídico.

Oscar Wilde aseguraba que la vida es demasiado importante para que la tomemos en serio. Diremos ahora que nuestros países son demasiado importantes para tomarnos en serio a este Mercosur actual.

Probablemente el Mercosur no desaparecerá del todo en un mediano plazo. Hace cinco años dijimos, a propósito de este tema con el título “Sin horizontes: la integración en la encrucijada”, que no sabemos adonde vamos aunque sabemos muy bien de dónde venimos. Nuestros gobernantes nos recuerdan la frase de Eugenio D´Ors “Ya que no podemos ser profundos, seamos, por lo menos, oscuros”. Porque todo está muy oscuro. No sabemos cuándo tendremos una unión aduanera y mucho menos un mercado común. La modesta zona de libre comercio de estos días tiene demasiadas excepciones lo cual hasta hace dudar de que lo sea realmente.

Evaporación contínua

Lo único cierto es que de seguir por este camino el futuro es previsible hasta para el más distraído: el Mercosur real se está evaporando, diluyendo, desvaneciendo lentamente y quizás llegue el tristísimo día en que constatemos que no existe más o que se ha transformado en una entelequia. Algo así como lo que acontece en  “El Astillero”, la mejor novela de Juan Carlos Onetti. Transformados en una irrelevancia, en una intrascendencia, en algo que no importa a nadie, ni a nosotros mismos.

El Imperio Romano no cayó de un día para otro. No es que los bárbaros, como comúnmente se cree, aparecieron de repente de la nada y tomaron Roma. Cuando Alarico la ocupó y saqueó en el siglo V  (año 410) ya hacía unos dos siglos que la decadencia y el fin habían llegado acelerados por la aparición del cristianismo disolvente. Con el Imperio Bizantino ocurrió algo similar: tras mucho tiempo de decadencia terminó su historia con la toma de Constantinopla en 1453 por parte de los turcos otomanos. Pero el proceso había sido de varios siglos. Con los turcos mismos ocurrió algo similar: después de llegar a su apogeo en los siglos XVI y XVII cuando llegaron a las puertas de Viena (y fueron los involuntarios inspiradores de la invención de las populares medialunas de panadería) y además fueron detenidos en la batalla naval de Lepanto, casi en la misma Europa Occidental, comenzaron una decadencia perceptible, lenta e inexorable, hasta prácticamente desaparecer como imperio y casi como nación luego de la Primera Guerra Mundial.

Nuestro temor es que a la idea de la integración latinoamericana le esté ocurriendo lo mismo que en los ejemplos citados. Nos estamos deslizando cuesta abajo mientras los dirigentes nos saturan de anestesiantes discursos, pero irreales, alejados del mundo tangible y pertenecientes a un realismo mágico latinoamericano digno de García Márquez. Proyectos quiméricos y por lo tanto irrealizables (como los del novelesco general Aureliano Buendía o el gasoducto de Caracas a Buenos Aires del ex coronel Chávez), en tanto las normas obligatorias van dejando de cumplirse (solamente se pone en vigencia un 47% de ellas), los plazos se están prorrogando sine die (el primero de los cuales fue la formación de la Lista Común de ALALC ya en 1964 y que hoy nadie recuerda) y el desánimo general que cunde entre los operadores y ciudadanos. Los defensores del respeto y acatamiento al derecho de la integración no solamente no somos escuchados sino hasta casi vilipendiados y llamados a silencio cuando expresamos nuestra sincera, modesta y honesta opinión sobre los desaguisados jurídicos y otras clases de desatinos como las violaciones al derecho que se cometen permanentemente perjudicando a la integración y a nuestros respectivos pueblos. Es que siempre es más fácil presionar al mensajero que revela las malas noticias tratando inútilmente de acallarlo… aunque la mala noticia permanezca.

El Mercosur está muy mal. Pero, como dice el personaje de Shakespeare citado al comienzo, puede estar aún peor.

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