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Lo que la política no arregle, lo hará la inflación

Detrás de los desequilibrios en el mercado cambiario hay un serio problema fiscal.

Menudo desafío espera al presidente que resulte elegido, sea hoy o el 22 de noviembre. La Argentina exhibe tres fuertes desequilibrios, el inflacionario, el fiscal y el externo, pero éstos no se pueden arreglar al mismo tiempo.

Conseguir financiamiento externo puede dar alivio parcial, pero no parece que este recurso pueda llegar tan rápido ni ser tan voluminoso como se ha sugerido. Por eso, las urgencias deberán atenderse con los instrumentos disponibles.

Primero, deberán aliviarse las presiones del mercado cambiario, pero esto no puede hacerse sin anclar expectativas a través de un programa de reducción del déficit fiscal, que a su vez requerirá subir tarifas de gas y electricidad.

Las decisiones de arranque tendrán efecto alcista sobre los precios, por lo que más que bajar la inflación, al principio deberá evitarse que ésta se espiralice. En caso que se subestime la magnitud de los problemas o que las medidas no tengan la sincronización apropiada, el riesgo principal es el de un fogonazo inflacionario, la forma desordenada que muchas veces la Argentina ha utilizado para “resolver” sus desequilibrios.

Grandes distorsiones

La magnitud de los desafíos del próximo presidente es directamente proporcional al tamaño de las distorsiones que se han acumulado.

Los precios internos están muy desfasados de los internacionales, el déficit fiscal ya no puede ser financiado en forma genuina, la inflación transita un andarivel muy elevado y en el sector externo las exportaciones no dejan de caer y los capitales dejaron de ingresar.

Estos desequilibrios eran incipientes a fin de 2011, pero se agravaron tras la introducción de las restricciones al comercio exterior y al mercado cambiario. A su vez, el nivel de actividad y las inversiones productivas han quedado en “modo estancamiento” por lo que ningún gobierno que se plantee un horizonte de cuatro años puede convivir con este statu quo .

El test decisivo para la gestión pública es lo que ocurra con el empleo, por lo que el desafío es doble: habrá que quebrar una trayectoria insustentable que arrancó en 2008, por la que los puestos en el Estado suben a un ritmo de 3,5 por ciento anual y en el sector privado (que produce bienes exportables) caen al 0,5.

En cuanto a las variables nominales, parte de los problemas a corregir surgen del peculiar plan de “ancla cambiaria” que se puso en marcha luego de las turbulencias asociadas a la devaluación de enero del año pasado.

Desde marzo de 2014 a septiembre de 2015, el precio del dólar en el mercado oficial subió 18,4 por ciento, pero la inflación acumulada fue de 43,4 (Índice de la Ciudad de Buenos Aires). En otras palabras, en los últimos 18 meses, el ritmo de la inflación (2,02 por ciento acumulativo mensual) más que duplicó la variación del tipo de cambio (0,94 mensual).

Caminos paralelos

El uso del ancla cambiaria como mecanismo transitorio de freno en la escalada de precios no es algo novedoso en la historia argentina. Lo notable es el paralelismo del esquema vigente con la denostada “tablita” instrumentada por Martínez de Hoz. Salvo porque en aquella época la inflación era más elevada, el patrón de comportamiento de las variables fue muy similar, con un índice de precios aumentando al doble del ritmo del tipo de cambio. Entre fin de 1978 y principios de 1981, la variación del precio del dólar fue de 3,4 por ciento acumulativo mensual, contra una inflación de 6,6.

El atraso cambiario al que fue sometida la economía disparó una serie de devaluaciones desde abril de 1981 en adelante, que no podrían explicarse sin considerar las condiciones previas. Es cierto que el daño colateral de aquella experiencia fue muy superior al que puede estar provocando el actual esquema (y lo que puede estimarse que habrá de sobrevenir). Un factor es que la “tablita” duró el doble de tiempo y otro, que fue sostenida en base a un masivo endeudamiento externo, que se tradujo simultáneamente en un boom de importaciones.

Ahora, el mecanismo del endeudamiento externo no estuvo disponible (en parte por el fallo del juez Griesa de mediados del año pasado), las importaciones tuvieron que ser financiadas con la merma de las reservas (lo que impuso un límite) y la tasa de interés en pesos no fue utilizada (como en aquella oportunidad) como señuelo para la atracción de capitales.

Más allá de las diferencias, el factor común entre el actual “plan ancla” y la “tablita” es la búsqueda de cierta estabilidad de precios en un contexto de fuerte expansión de instrumentos como el crédito y el gasto público, tal como fuera magistralmente analizado por Adolfo Canitrot (“Teoría y práctica del liberalismo; política antiinflacionaria y apertura económica en la Argentina”, 1976-1981”).

Presión acumulada

Como estas políticas no logran que la inflación converja a la tasa de devaluación, el atraso cambiario se va acumulando hasta que las presiones devaluatorias se hacen insostenibles. En el presente, este es el problema más visible de la economía argentina, con un Banco Central que se está quedando sin reservas netas.

Pero lo relevante es que detrás de este desequilibrio hay un muy serio problema fiscal, cuya magnitud se expresa por un déficit (sin computar recursos extraordinarios del Banco Central y la Anses) de 350 mil millones de pesos estimado para 2015. Y con la novedad de haber comenzado a financiar cada vez más con deuda de corto plazo en pesos, tanto del Tesoro como del BCRA.

Esto es lo que podría dar lugar a muy fuertes presiones inflacionarias en 2016, si el rumbo no cambia a tiempo. El año próximo, el Tesoro se enfrentará a vencimientos superiores a los 100 mil millones de pesos, a lo que debe sumarse el déficit cuasifiscal del Central, que apunta a una cifra similar, sin contar las pérdidas que pueda sufrir el ente monetario por las ventas de dólar a futuro a precio de subsidio.

Parece difícil que todos estos compromisos puedan ser cubiertos con endeudamiento externo. Primero, porque habría que pensar en un arreglo ultrarrápido con los llamados fondos “buitre”. Segundo, porque habría que suponer que el mercado internacional podrá absorber el año próximo emisiones de la Argentina por 30 mil millones de dólares. Además, esta vía implica engrosar deuda externa para pagar gastos corrientes; es decir, es muy peligrosa pues no asegura capacidad de repago en el futuro.

Mientras tanto, la economía no podrá dejar de sacudirse con los resultados de este domingo. Es que, si la contienda presidencial se define en primera vuelta, los mercados habrán de estar muy atentos a si hay o no señales de cooperación entre el Gobierno saliente y el entrante. En caso que haya plena colaboración, entonces habría un plan económico a ser anunciado en cuestión de días. Sin cooperación, hay que esperar mayor tensión cambiaria porque aparecerían dudas respecto de la continuidad de ventanillas como el “dólar ahorro” y los futuros del Rofex.

Sin definición en primera vuelta, el Gobierno buscaría mantener la apariencia de normalidad en el mercado cambiario, con un alto costo en reservas y en contratos de futuros. Cada semana que pase hasta el 22 de noviembre iría alejando las chances de un arranque gradual después del 10 de diciembre.

Fuente: La Voz del Interior

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