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Ciego y sordo, pero no mudo

Ciego y sordo, pero no mudo

Por Walter Giannoni.


Salvo el tipo de cambio oficial, donde existe cierto consenso entre los economistas acerca de que no está atrasado, la economía real acumula todas las tensiones que uno pueda imaginar.

Donde se mire aparece una inconsistencia cuya resolución se posterga al ritmo de la crisis pandémica y la aproximación de las fechas claves del calendario electoral.

Es verdad que el oficialismo hará todo lo posible para empujar la concurrencia a las urnas lo más lejos que se pueda con la intención para nada oculta de intentar revertir la frenética caída de popularidad y volcar más recursos en el conurbano bonaerense.

Pero hasta el momento ha conseguido poco en esa intención. Para que cualquier reforma atraviese con éxito el Congreso o bien Juntos por el Cambio acepta llevar las Paso y la elección general cerca de fin de año o la Justicia Electoral encuentra algún obstáculo insalvable para su concreción en la emergencia sanitaria.

Por el momento son solo posibilidades y las Paso siguen a cuatro meses vista y las parlamentarias a seis.

Con ese dato y la inflación desbocada en el primer trimestre, el Gobierno redobla la presión sobre el sector privado, en particular el vinculado con el sector alimentario, tanto primario como industrial.

Ya todos saben que para bajarla esa estrategia es equivocada. Parece ciego y sordo. Por aquello de las elecciones, está lejos de ver y escuchar con la actitud proactiva de comenzar a mitigar los problemas.

No le interesa. Es un proceso largo para el estilo del kirchnerismo (peronismo). Sigue en la búsqueda de responsables donde no los hay. Desde la industria láctea hasta el supermercadismo.

Lo más grave es que lo padece en carne propia: ¿o no es la suba de costos lo que llevó a YPF a subir en 16 ocasiones el precio de los combustibles desde que asumió Alberto Fernández? ¿O no es esa presión la que impulsa la actualización de los cuadros tarifarios de energía?, incluida la provincia que gobierna el delfín Kicillof.

Es ciego y sordo para las tensiones acumuladas por la inflación, pero no mudo: cada cosa que el Gobierno dice contribuye un poco más a consolidar la falta de confianza en los agentes económicos, desde grandes compañías hasta un simple asalariado.

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