Cierre o libertad de comercio
Ya en la época de la Revolución de Mayo existía entre los criollos una clara conciencias sobre las ventajas de comerciar libremente por el mundo.
Por Carlos Canta Yoy
A lo largo de la Historia lo que ha predominado en el comercio internacional es el proteccionismo. Ya desde la época de Hammurabi hace 3.700 años el Estado interviene abrumadoramente y con funestos resultados generalmente, en el curso de la economía y el comercio exterior.
Solón, uno de los llamados Siete Sabios de Grecia, legendario creador de la Constitución de Atenas (siglo VI a. de C.) hizo que el Estado interviniera en el comercio exterior: prohibió las exportaciones. El motivo no era demasiado diferente del criterio del actual gobierno argentino: supuestamente se intentaba proteger a los consumidores locales.
En épocas más modernas, en Inglaterra y en Francia se dio una nueva versión del proteccionismo que se conoce como “mercantilismo” o “colbertismo” con las legislaciones dictadas por Oliver Cromwell en Inglaterra (la “Navigation Act” o “Ley de Navegación” de 1651) por las que se establecía diversas medidas de protección a la industria nacional como: el monopolio de la fabricación de barcos; la prohibición de exportar lana, el principal producto del país; la exclusividad para las naves inglesas de transportar mercaderías de importación y de exportación y tantas otras.
En Francia, Jean-Baptiste Colbert durante el reinado de Luis XIV dictó similares disposiciones para proteger la industria francesa de la competencia extranjera, especialmente en los rubros textiles y porcelanas.
Durante la dominación española de las colonias de América, la metrópoli ejercía el monopolio del comercio con sus posesiones a las cuales se les había asignado la mera función de ser tributarias de la corona, lo cual no les permitía desarrollarse como comunidades organizadas. No les estaba permitido comerciar libremente sino que todo debía ser a través y con el control de las autoridades españolas.
Las provincias del Río de la Plata padecieron más que ninguna otra región sujeta a dominación, las consecuencias de tal política monopólica y prohibitiva dado que por su conformación geográfica su desarrollo sólo se lograba a través de la explotación de los recursos del suelo, instalación de industrias y actividad comercial, para lo que era necesario no sólo contar con un marco legal apropiado sino también poder comunicarse con las regiones vecinas, por lo menos, para el intercambio de tales productos.
Inglaterra, rival de España en esa época también ejercía un monopolio en el comercio con sus colonias, tanto es así que la Independencia de los Estados Unidos se debió en su origen a diferencias en la aplicación de determinados impuestos (el Impuesto de Sellos primero y el Impuesto al Té al final). Pero, si bien Inglaterra, a diferencia de España, alentaba conforme a sus propios intereses la apertura del intercambio comercial (aunque con restricciones) a sus Colonias, por su parte España, ya en las últimas épocas de la dominación en América, permitió algo de apertura.
Los criollos entendieron
La permanencia de los ingleses en Buenos Aires y Montevideo en los años 1806 y 1807 tuvo enorme repercusión en cuanto se indica a tal ocupación como uno de los orígenes de los hechos ocurridos durante y posteriormente a la Revolución de Mayo, dado que los criollos comprendieron las ventajas del libre comercio y de independizarse del rígido control de España.
Existía sobre todo entre los comerciantes de Buenos Aires una clara conciencia de la necesidad de eliminar las barreras que prohibían el comercio y la dependencia centralista de España. En tal sentido tanto Moreno como Belgrano fueron unos de los principales adalides.
En la actualidad, en nuestro país la adopción de numerosas medidas nos constituyen en uno de los países más altamente proteccionistas del mundo: “certificaciones” para los productos sensibles (textiles, juguetes, calzado); las licencias previas automáticas y no automáticas; los derechos de exportación (llamados “retenciones”); las rígidas formalidades en la certificación del origen de las mercaderías; la aplicación de cláusulas de salvaguardia; los cupos, entre otras trabas e impedimentos.
El ejemplo de la carne. Supuestamente (desde la época de Solón hace 2.600 años) las restricciones al comercio y el proteccionismo están destinados a proteger a la producción y a la industria nacional, y en última instancia a sus habitantes. La práctica ha demostrado que no es así. Por ejemplo, en nuestro país las medidas de administración y muchas veces hasta de prohibición a las exportaciones de carne con el fin supuesto de proteger al consumidor nacional, han tenido como resultado no solamente un aumento del precio de la carne de casi el 100 por ciento en el último año, si no que la Argentina (país ganadero por excelencia) exporte menos carne que sus vecinos Brasil, Uruguay y hasta Paraguay, que tienen obviamente menores ventajas de suelo y clima y que además, en los últimos dos casos son quince y siete veces más pequeños, respectivamente.
El Estado no solamente interviene dictando la normativa reguladora del comercio exterior sino que a veces se convierte él mismo en productor y hasta en competidor aventajado de las empresas privadas. La intervención estatal como parte de las políticas llamadas “activas” ha tenido generalmente una historia más bien no recomendable. Por lo cual, en definitiva, el principal perjudicado continúa siendo el consumidor, testigo silencioso hasta ahora, de los estropicios de los gobernantes.