Convenios con China: oportunidad o amenaza
Autor: Mgter. Gustavo Fadda
Docente UNVM – UNCBA – UCCOR – UBP – ISCE
El ministro Kicillof sostuvo que los acuerdos firmados por la presidenta Cristina Kirchner con su par chino Xi Jinping “son históricos, provechosos, y producto de un arduo trabajo de muchos años”. Se aseguraron el préstamo para las represas Cepernic y Kirchner, en Santa Cruz, y para el ferrocarril Belgrano Cargas. Además, firmó siete nuevos convenios de energía, que se suman a dos plantas nucleares anunciadas por 13.000 millones de dólares: Atucha III y otra aún sin nombre.
Desde la UIA, sostienen que la presidenta ha comprometido el futuro de la industria local, porque esos convenios tienen cláusulas que les permiten a las empresas chinas adjudicarse obras de manera directa sólo con proveer el financiamiento y que, además, incluyen puntos decisivos que se desconocen. Sostienen que “estamos más cerca de lo que se firmó con Angola de lo que se firmó con Brasil“, en referencia a las cláusulas de los acuerdos con China.
El titular de la cartera de Hacienda descartó además una llegada masiva de trabajadores chinos a la Argentina, y aseguró que los acuerdos “no plantean ningún privilegio en términos de legislación laboral ni en términos migratorios para nadie”.
Según planteó el ministro, “hay un problema de déficit con China”: el comercio entre ambos países asciende a unos 15.000 millones de dólares, pero menos de un tercio corresponden a exportaciones argentinas. “Una idea es ir reduciendo esos déficit. China necesita alimento y nosotros, productos que se fabrican allá. Queremos un incremento y diversificación de las exportaciones”, consideró.
El lector, se estará preguntando ¿cómo puede ser posible que trabajadores, comerciantes e industriales vean a china como una potente amenaza, mientras que para los gobernantes aparezca como un posible aliado comercial capaz de movilizar las exportaciones y poner en marcha la economía nacional?
La verdad que la respuesta depende de los ojos con que se lo mire y/o del tipo de negocio que se haga. Cuando de colocar productos en China se trata, las perspectivas de ganancias son impresionantes, pero a la hora de dejar entrar los productos chinos en la región, la historia cambia y mucho.
Admitida en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, China es en la actualidad una de las economías más grande del mundo. Mueve el crecimiento planetario y toda convulsión en ella tiene un impacto inmediato sobre el conjunto de la economía mundial. “A pesar de la rapidez de nuestro crecimiento, China sigue siendo un país en vías de desarrollo, y necesitaríamos otros 50 años de crecimiento al ritmo actual para llegar a ser un país medianamente desarrollado”, solía evaluar el ex primer ministro Wen Jiabao.
Sin embargo, si China sigue con ese ritmo, a partir de 2041 va a superar a EE.UU. para convertirse en la primera potencia económica del mundo, lo cual tendrá consecuencias geopolíticas fundamentales. Esto significa que desde 2030 su consumo de energía equivaldrá a la suma actual del consumo en Estados Unidos y Japón, y que al no disponer de petróleo suficiente como para satisfacer una necesidad tan monstruosa, de aquí a 2020 se verá obligada a duplicar su capacidad nuclear y a construir dos centrales atómicas anuales durante 16 años.
Como podemos apreciar, lejos en el tiempo ha quedado el modelo de desarrollo primitivo, que estaba fundado en la abundancia de mano de obra mal pagada, en la masiva recepción de fábricas de ensamblaje, en la exportación de productos baratos y la afluencia de inversiones extranjeras, característico de un país atrasado y gobernado con mano de obra de hierro por partido único, dado que hasta el necesario control de su demografía se realiza de manera autoritaria.
Por otro lado, China, siempre comunista, no sólo dejó de dar miedo, sino que en la globalización incipiente fue utilizada por cientos de empresas, que deslocalizaban allí sus fábricas tras haber despedido a millones de asalariados, como una verdadera ganga para inversores alertas. En poco tiempo, gracias a la red de “zonas económicas especiales” instaladas a lo largo de su frente marítimo, se convertiría en una potencia exportadora fenomenal, encabezando a los exportadores mundiales de productos textiles y de indumentaria, de calzado, productos electrónicos y juguetes.
Sus productos invadían el mundo. Especialmente el mercado de Estados Unidos, respecto del cual y desde hace muchos años presentaba un gigantesco desequilibrio:, en varios miles de millones de dólares.
La furia exportadora desataría un despegue espectacular del crecimiento, que desde hace más de dos décadas supera el 9 % anual.
Este “comunismo democrático de mercado” significó para millones de hogares chinos un incremento del poder adquisitivo y de su nivel de vida, favoreciendo el ascenso de un auténtico capitalismo chino.
Siguiendo el mismo impulso, el Estado se lanzó a modernizar el país a marcha forzada, multiplicando la construcción de infraestructuras: puertos, aeropuertos, autopistas, vías ferroviarias, puentes, embalses, estadios que tuvieron su punto cúlmine para los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, instalaciones para la Exposición Universal de Shangai en 2010, etc.
Esta masa demencial de obras y la nueva fiebre consumista de los chinos agregaron a la economía una nueva dimensión: en muy poco tiempo, China, que infundía miedo como potencia exportadora invasora, se ha convertido en un ogro importador, cuya insaciable voracidad inquieta seriamente. En pocos años se transformó en la primera importadora mundial de cemento (llegó a importar 55 % de la producción mundial); carbón (40 %); acero (25 %); níquel (25 %) y aluminio (14 %), y el segundo importador mundial de petróleo, después de Estados Unidos. Estas importaciones masivas dieron lugar a una explosión de los precios en los mercados mundiales, especialmente los del petróleo. En su mejor momento, hace 1 año el precio promedio era de 100 dólares el barril; hoy cayó a la mitad.
Para los empresarios y gobernantes, China representa un mercado con 1.400 millones de consumidores listos para comprar sus productos.
Desde 2001, el comercio entre China y América Latina se ha incrementado con creces.
Entre los bienes que América Latina vende a China están el cobre, el aluminio, productos agrícolas y alimentos procesados. Argentina es el país que ha experimentado el mayor aumento en el intercambio con la nación asiática. Estas cifras han impulsado a empresarios y gobernantes a buscar nichos de mercado en China que permitan a América Latina exportar más.
Según los cálculos de los expertos, China competirá dentro de 20 años mano a mano con Estados Unidos en materia de comercio y ningún país latinoamericano se quiere quedar fuera de esta oportunidad.
Pero entonces, ¿dónde está el problema? ¿Por qué industriales, comerciantes y trabajadores se quejan?
El problema llega cuando América Latina quiere o no tiene más remedio que competir con China por un mismo mercado. La mano de obra barata y la producción en serie hacen que los productos chinos sean más competitivos (más baratos) a la hora de ingresar a los mercados. Muchos sectores industriales están reclamando en cada uno de sus países por la inundación de productos de bajo precio provenientes de China (en forma legal y de contrabando) y por la pérdida de fuentes de empleo.
Está claro entonces que a la hora de colocar sus productos, América Latina y Argentina fundamentalmente, puede llegar a hacerse la América en China, pero de ninguna manera puede competir con ella, ya que en realidad ¿quien puede competir contra el volumen y la mano de obra barata de China?
Esto nos lleva a reflexionar, que a la hora de negociar acuerdos comerciales inteligentes y en pro de los intereses de nuestra economía, es imprescindible acordar en las negociaciones qué productos se venderán a China y cuáles, esta potencia ingresará por la frontera a los países de América Latina y de Argentina, sin olvidarnos del contrabando.
Si no es así, la oportunidad puede transformarse en amenaza de un momento a otro.