
De amar a la industria de alimentos, a acusarla de todos los males
Columna de Walter Giannoni.
Hay que decir que en estos 27 meses de gestión, el Gobierno tiene como mínimo contradicciones de diván con el empresariado y la producción. Pasa sin escalas intermedias de decir una cosa a sostener otra, en función de sus urgencias y necesidades.
Al promediar el primer año de la pandemia, el propio Alberto Fernández reinvindicó a la industria alimentaria argentina el rol que había cumplido en esos largos y tristes meses de encierro, con gran parte de la sociedad sacudiendo las góndolas por temor a lo que vendría. Inclusive le agradeció a Copal que la producción se había desarrollado con un escaso nivel de contagios en las fábricas.
Con la producción agroindustrial sucede algo similar. Cristina Fernández, por ejemplo, le abrió la puerta a la conformación del Consejo Agroindustrial Argentino, el pasillo de entrada de divisas a un país al que precisamente le faltan divisas. Parecían, entonces, estar alineados los planetas para perseguir ese gran sueño de convertir al país en un vector de producción alimentaria a nivel mundial hecho que también le aseguraría dólares.
De aquella situación de agradecimiento y diálogo, cuesta abajo en su rodada, el Gobierno pasó rápidamente a acusar al empresariado y a los exportadores de todos los males que sacuden a los argentinos por la disparada inflacionaria que se vio en el arranque del año.
De pronto, para Feletti, secretario de Estado con aval de Cristina, la industria es una malvada máquina de especulación, los productores agropecuarios una banda de angurrientos que sólo piensan en sus 4×4 y departamentos en Miami, y los exportadores (aquellos invitados por CFK hace tiempo) un grupo de vende patrias capitaneados por multinacionales desalmadas y voraces. Nadie está diciendo que no existan “pecados” en todos estos sectores, pero es el mismo poder que por un lado los pondera el que luego los encuentra culpables de los males inflacionarios, sin reparar en las condiciones macroeconómicas en las que hoy se desenvuelve cualquier actividad en el país.
Un caso para citar es el de la molinería. No debe haber actividad más antigua y atomizada que la producción de harinas, anterior inclusive a la constitución misma del país. Feletti desconoce cómo es el elemental proceso por el cual esa industria se hace de trigo para funcionar, pero es rápido para sacudirle un escrache que lo único que demuestra es la aceleración de la crisis inflacionaria.