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El nuevo escenario del Mercosur

Después de veinte años desde que se creó el MERCOSUR, evidentemente el escenario internacional ha cambiado y mucho.

En los años noventa tuvieron lugar diversos acontecimientos en el mundo que caracterizaron toda una época: el fin de la guerra fría, la apertura y la globalización de la economía, la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y la integración en el Mercosur, entre otros. Al mismo tiempo, el ingreso de México al NAFTA sin salir de la ALADI, el comienzo de la firma de múltiples acuerdos preferenciales por parte de Chile y los intentos de consolidación de la Comunidad Andina de Naciones y de los países centroamericanos.

La integración entre Argentina y Brasil comenzada a mediados de la década de 1980 tuvo su culminación en el Acuerdo firmado el 20 de diciembre de 1990 (luego AAP.CE/14, hoy sobreviviente sólo para la industria automotriz) y finalmente, con el agregado de Paraguay y Uruguay, con la firma del Tratado de Asunción del 26 de marzo de 1991 que creó el Mercosur. El ambicioso propósito de crear un mercado común para el 31 de diciembre de 1994 se vio frustrado por la realidad de los hechos. Pero, la gran expansión del comercio que se produjo dentro del bloque disimuló la falta de cumplimiento de las etapas y de los plazos hasta por lo menos 1998. A partir de ahí comenzaron los problemas más serios que todavía hoy permanecen (no es que no los hubiera antes). Algunos señalan la devaluación brasileña de 1999 como el verdadero punto inicial de la crisis que lleva más de doce años. En realidad, es posible que ello haya contribuido, pero lo cierto es que se sumaron múltiples factores.

No se detuvo el proceso de deterioro aunque en el año 2000 se lanzó con bombos y platillos el “relanzamiento” del Mercosur, buscando rescatar los objetivos originales que parecían un tanto olvidados. Tampoco esta iniciativa tuvo buenos resultados. Entonces se trató de compensar los incumplimientos y las  inconsecuencias con la creación de organismos políticos como el Parlamento del Mercosur, la inclusión del tratamiento de temas sociales y la transformación de las reuniones de presidentes en encuentros protocolares de coincidencias ideológicas comunes y búsqueda de supuestos enemigos, también comunes. Los temas comerciales, económicos y de intercambio de servicios y mercaderías, fueron dejados de lado.

En estos días el acceso a los mercados está en peor situación que en los comienzos del Mercosur. La eterna confrontación entre Argentina y Brasil y, en menor grado, entre Uruguay y sus dos vecinos mayores, está a la orden del día. La aplicación de medidas absolutamente ilegales por contrarias al Tratado de Asunción y a Laudos expresos del Tribunal Arbitral, como por ejemplo, la prohibición de utilizar las licencias previas no automáticas y los derechos de exportación, siguen siendo implementadas unilateralmente por Argentina y Brasil y, consiguientemente, motivo de interminables discusiones y enfrentamientos.

Al mismo tiempo, el Arancel Externo Común más parece una criba (por sus casi incontables perforaciones) que una verdadera aplicación de una política aduanera exterior común. ¿Cómo se hará para comenzar a implementar en 2012 la unión aduanera? Menudo problema. No se han regulado las inversiones y por ello se compite unos contra otros; no se han coordinado las políticas macroeconómicas; tampoco se han realizado acuerdos significativos con países más o menos desarrollados (solamente hasta ahora rigen los celebrados con India e Israel).

Todo lo descrito se produce en un contexto totalmente diferente al del tiempo de la creación del Mercosur. En eso tiene razón el Embajador Guimaraes. Solamente en eso. Porque las consecuencias que extrae el diplomático brasileño de esos hechos y, sobre todo, las conclusiones y los remedios, nos hacen discrepar absolutamente con su posición de que el Mercosur debe ser ante todo político que económico o comercial.

Brasil aparece como una nueva potencia emergente, con un fuerte liderazgo regional y utilizando al Mercosur como una mera tarjeta de presentación. Es decir, aparece frente al mundo como la cabeza de una integración de países que suman 12,5 millones de kilómetros cuadrados y casi 250 millones de habitantes. Todo esto al mismo tiempo en que el Mercosur se ha convertido sustancialmente en un sistema sin normativa unánimemente acatada. Un claro ejemplo de lo que en sociología se llama disgregación y anomia. Se privilegia el mantenimiento de una asociación principalmente política, que funciona como un club de amigos (aunque a veces no lo parezcan) con algunos atisbos de complementación económica y comercial esencialmente cambiantes, erráticos y de rumbo incierto. La incertidumbre sobre el futuro es ampliamente difundida y hasta aceptada.

 

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