
Entre el FMI, el Pentágono y las urgencias del changuito
El Gobierno navega entre símbolos de alto impacto y urgencias que pesan. Algunas, como el fallo adverso por la estatización de YPF, son parte de una herencia maldita que ningún gobierno, por más disruptivo que se declare, puede eludir. Otras, como el reciente reclamo judicial de damnificados por $Libra –la cripto promocionada por Milei–, se le cuelan por los márgenes del culto a la libertad financiera.
En el caso YPF, el Gobierno actual no tiene responsabilidad directa. El desastre fue orquestado por el kirchnerismo, con Kicillof como ministro y Cristina Fernández como jefa de Estado, en una operación que terminará, según parece, saliendo carísima. ¿Pondrá en riesgo la estabilidad de YPF? ¿El cálculo de la jueza Preska es correcto? Veremos.
Lo insólito es que hoy aquellos que armaron la bomba opinen con ligereza sobre la realidad económica, como si nada de eso hubiera sucedido por su responsabilidad. El silencio prudente sería, al menos, una señal de decencia cívica. Pero ya sabemos: en Argentina, nadie se guarda una opinión por más que esté sucio de pies a cabeza.
Dicho esto, el oficialismo no puede escudarse solo en el pasado. Tiene sus propios frentes abiertos. Cada sacudida del dólar o cada índice negativo obliga a recalibrar los niveles de confianza en el plan económico y su eventual continuidad después de las elecciones de medio término. El relato del éxito choca, con la vida real del changuito: la inflación bajó, sí, pero los precios duelen con estos niveles salariales. El alivio es relativo y, para muchos, todavía imperceptible.
A favor del Presidente, los guiños internacionales no cesan. El FMI se muestra comprensivo con los desvíos: no se cumplió la meta de reservas ni la del déficit externo, pero el organismo no parece apurado en revisar. Quizás porque ya sabían a qué país le prestaban.
A eso se suma un hecho poco usual: el ministro Luis Petri fue recibido en el mismísimo Pentágono. Ningún funcionario argentino había pisado con tanta confianza ese lugar desde el regreso de la democracia. Puede parecer un dato menor frente al precio del tomate o la carne, pero habla de una apuesta geopolítica más profunda que los memes o las arengas libertarias.
Nada de esto, sin embargo, resuelve el bolsillo. Solo el tiempo –y las decisiones correctas– dirán si la épica libertaria puede traducirse, al fin, en estabilidad para la economía de todos los días.