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La ausencia de liderazgos – La crisis de la eurozona

Grecia, Portugal e Irlanda suman aproximadamente el 6 % del PBI de la eurozona, sin embargo sólo el drama griego está poniendo en duda todo el andamiaje costosa y largamente construido de la Unión Europea y de su núcleo, el euro.

Lo que define el carácter de esta crisis se encuentra en las profundas raíces de la política, no de la economía y menos aún de su costado financiero. Nadie en los países claves europeos quiere enfrentar el dilema de decir la verdad a sus ciudadanos y menos todavía los euro-ciudadanos, que es que se cometieron ligerezas al aceptar a algunos países para integrar la zona y que la unión monetaria sin supervisión fiscal y armonización de sus normas tributarias era un posible camino hacia el fracaso.

El postergar meses tras meses “la crisis del default griego” conduce inevitablemente… al default. Los problemas de solvencia –la deuda griega orilla el 160 % de su PBI– no se solucionan con más créditos y condiciones de ajuste fiscal imposibles de cumplir en el corto plazo.

El “caso argentino” y su default desordenado bate a las puertas de la UE; todos los intentos de “salvar” la convertibilidad dieron como resultado una maxidevaluación, un violento desorden social y finalizaron con la renegociación de la deuda con una quita del orden del 60% del monto original.

El problema no es que Alemania sea el modelo al que todos los demás países deban emular, sino que nunca se encaró el desafío de ponerse a la altura de los cambios que en la propia sociedad europea iban sucediéndose y que implicaban una nueva realidad: el creciente envejecimiento poblacional con todo lo que ella implicaba desde el punto de vista de la seguridad social –especialmente el sistema previsional–, los costos en la salud, la vida ociosa y mantener simultáneamente una economía productiva, competitiva y dinámica.

Esto requería, ahora se están viendo las consecuencias de no hacerlo, un nuevo pacto político y social que tímidamente había asomado en el Acuerdo de Lisboa sin pasar de los enunciados, y que requería entre otras cuestiones encarar con profundidad una política inmigratoria que trajera savia nueva a un continente de población avejentada, una profunda reforma sobre las edades para el retiro que tomara en cuenta que 55 años –el caso griego por ejemplo– o 60 en otros países implicaba la quiebra inexorable del sistema cuando la edad promedio de vida está en torno de los 85 años.

Como nadie tomó el liderazgo para enunciar las necesidades de una nueva época, si no que cada gobierno sin importar su signo político se refugió en mantenerse a despecho de lo ya evidente, hoy todos miran a Bruselas como la culpable sin pensar que la inacción de la Unión es la consecuencia de las múltiples acciones individuales de los gobiernos nacionales.

No es casualidad entonces, que frente a esta situación florezcan –como en épocas que ya se consideraban superadas– populismos nacionalistas negadores de la Unión agitando viejos fantasmas xenófobos, racistas y contra la inmigración.

Sería lamentable, las próximas semanas serán decisivas en este sentido, que una de las mayores construcciones institucionales de la segunda mitad del siglo XX, fracase por la ausencia de liderazgos, cuando en realidad la Unión Europea tiene las condiciones objetivas para solucionar una crisis que desde el punto de vista económico y financiero requiere más allá que a los bancos y en especial al Banco Central Europeo  les disguste, el claro y no menor decisivo aspecto a considerar de los “riesgos compartidos” entendiendo como tal que hay un mal menor que es reconvertir y reducir la deuda griega y un mal mucho mayor que es estirar una agonía cuyo final para quienes vivimos nuestra propia crisis sabemos cómo termina y quienes la pagan.

En este cambio de época, que asoma como un mundo de múltiples actores, la presencia de una Unión Europea consolidada y no desparramada por crisis interiores es una de las claves para lograr cierta estabilidad sistémica, que la presencia de los Estados Unidos sola no la puede asegurar –inmersa como está en sus propios problemas – y donde los países emergentes, en especial China, todavía no han alcanzado la visibilidad y capacidad de integración a un sistema global que clama por respuestas a temas centrales de una agenda cargada de acechanzas en lo relativo a cambio climático, seguridad alimentaria, política inmigratoria y la utilización de los recursos naturales, en especial tierra y agua.

www.raulochoa.com.ar

“Nadie en los países claves europeos quiere enfrentar el dilema de decir la verdad a sus ciudadanos”.

 

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