Las lecciones ignoradas de la historia
Hoy asistimos a fenómenos sociales y comerciales cuyo significado resulta difícil de explicar y mucho menos sus consecuencias.
Los tiempos en que vivimos merecen una reflexión sobre las lecciones que ya recibimos de la historia y en ese sentido he solicitado la debida licencia al editor para explayarme sobre cuestiones más generales que las que habitualmente abordo.
A poco de andar el ser humano necesitó de la organización para vencer a las dificultades. Durante el nomadismo, la estructura era muy simple ya que los problemas no superaban la búsqueda de refugio y alimento. La constitución de las primeras urbes como consecuencia de la agricultura, hizo imperiosa la necesidad de un gobierno, que ordenara y administrara los recursos y las relaciones humanas. Poco a poco aparecieron los monarcas invocando el poder divino. Llevó mucho tiempo adquirir la noción de estado y con ello la separación de los bienes personales del monarca y los bienes públicos. De allí viene república (res publica) que el pensamiento de Montesquieu terminó de redondear magistralmente con la división de los poderes y los controles entre ellos. El enorme progreso tecnológico, especialmente en el campo de las comunicaciones, ha derribado prácticamente las fronteras nacionales para dar paso a la “aldea global”.
Hoy asistimos a fenómenos sociales y comerciales cuyo significado resulta difícil de explicar y mucho menos sus consecuencias, estamos en medio de una era de cambios trascendentales que terminarán por establecer cómo y bajo que leyes se gobernará el mundo en los próximos tiempos. La Historia es prolífica en muestras de diversas organizaciones humanas, se han construido y derrumbado imperios invocando una u otra teoría. Distintos pueblos, con cultura y ubicaciones geográficas diferentes han pasado por experimentos similares y sobrevivido pese las consecuencias de las decisiones de sus respectivos liderazgos. Las guerras religiosas, comerciales o por el espacio vital han sido tantas y tan variadas que es fácil olvidar algunas. El mundo actual es una demostración de la lucha permanente por imponerse al otro, con mínimas dosis de cooperación en contados casos. Es en términos tecnológicos, la misma disputa original del hombre por predominar y prevalecer.
El Estado, como toda organización humana, nació para resolver los problemas de la comunidad y brindarle un marco donde realizarse como individuo y ciudadano, es decir un medio para posibilitar el desarrollo de la población, pero lo que usualmente ha ocurrido es que todas estas organizaciones terminen por convertirse en un fin en sí mismo. En otras palabras, los individuos que se enancan en estas instituciones terminan utilizándolas en provecho propio o de unos pocos desvirtuando de ese modo el propósito original que guió su constitución. En los siglos XVIII y XIX se dieron en el mundo las grandes luchas libertarias, bajo la inspiración de los ideales de la Revolución Francesa, puestos en práctica antes por los estados de América del Norte, que llevaron a la constitución de los estados nacionales emergentes del colonialismo europeo, luchas que en algunos casos terminaron avanzado el siglo XX. En el medio los fracasados experimentos colectivistas que arrasaron con cualquier vestigio de libertad.
La organización de nuestro país no fue la excepción, pero tal vez por nuestros antepasados fundamentalmente españoles, recibimos la influencia de un estado opresivo, donde el que ejercía el gobierno se valía de los medios estatales para perseguir a sus rivales y viceversa. La generación del 80’ – a la que tan fácilmente critican algunos hoy – armó un país de la nada, que luego debió darse sus leyes electorales que permitieran el acceso de las nuevas clases medias al poder, y luego del período del llamado “fraude patriotíco”, llegó el primer gran experimento del estado benefactor con el peronismo, que a lo largo de una década trastocó un estado conservador con ropaje liberal y permitió equilibrar, al menos en el terreno del reconocimiento político a todos los habitantes por igual. Las desafortunadas intervenciones militares, producto de serias deformaciones sociales y culturales, alteraron el orden constitucional tanto como fue necesario para impedir el desarrollo de una clase política con visión propia. El regreso de la democracia en 1973, fue un experimento fallido desde el arranque, que terminó peor de lo que imaginábamos. Tan es así que todavía estamos pagando las consecuencias de las torpezas y desatinos de los actores políticos de la época.
Pareciera que las lecciones del pasado no han sido suficientes, pues el avance del sector público sobre el ámbito privado parece inexorable, y sus consecuencias todavía no mensurables. Pareciera existir cierto desprecio a toda actividad privada que no satisfaga la expectativa o los humores del sector público. Y si bien hay que reconocer que el estado debe monopolizar el uso de la fuerza, no es dable esperar que el ejercicio de una facultad legal se transforme en una persecución que agote la producción y asfixie la actividad empresarial. Ello sería catastrófico. Es que el estado no está capacitado para reemplazar a las empresas privadas en la producción de bienes y servicios. La experiencia del estado en esta función durante la década del 70’ fue lapidaria. Para los que tenemos memoria de entonces, sin importar donde estábamos enrolados, el caso de “Lucas Trejo”, la fábrica de zapatos enclavada a la vera de la Av. Sabattini, otrora un alarde arquitectónico de la época conocida como la “araña”, demostró a propios y extraños la imposibilidad manifiesta del estado en ejercicio de esa función.
Qué pasará cuando la actividad económica se estanque como consecuencia de las trabas de todo tipo puestas en práctica por el estado y el desánimo se apodere del espíritu emprendedor que caracteriza a quien lleva adelante una empresa, seguramente que quienes implementaron las medidas no irán a reemplazarlos en los puestos de trabajo en el campo o las fábricas ni arriesgarán sus fortunas personales en emprendimientos que impliquen riesgos. Sería razonable que a la par de sincerar la economía se liberen los factores distorsivos que afectan la libre circulación de los bienes y servicios como asimismo se aliente con medidas específicas la elevación del nivel de competitividad de las empresas argentinas que permitan colocarse a la altura de sus pares del continente.