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Telarañas

Telarañas

La mayor parte de los generalmente considerados grandes genios de la humanidad han tenido o tienen oscuras telarañas en alguna parte de sus supuestamente maravillosos cerebros.


 

Así, Blaise Pascal nunca escupía por sobre su hombro derecho (costumbre muy arraigada en su época) para no ensuciar a su ángel protector que siempre estaba detrás suyo parado de ese lado; Isaac Newton creía realmente que el plomo podía convertirse en oro y perdió mucho de su precioso tiempo en complicadas e inútiles operaciones de alquimia; Jean-Jacques Rousseau (que según el historiador inglés contemporáneo Paul Johnson se masturbaba detrás de los cortinados de los lujosos palacios donde era invitado porque sostenía que era la mejor manera de evitar enfermedades venéreas,  saludable hábito (según él) que de haberse extendido entre sus numerosos y encandilados admiradores hubiera prácticamente extinguido o por lo menos menguado significativamente a la humanidad en pocos años), escribió un hermoso tratado sobre pedagogía y educación de los niños que causó admiración en su tiempo y que además le hizo ganar fama por su declarado amor por los párvulos. El “Emilio” también contiene otras enseñanzas para la mejor educación de los jóvenes. La realidad (esa empecinada señora que suele llevarnos la contra) nos dice que Rousseau tuvo cinco hijos con una mujer que fue su compañera durante treinta y tres años hasta su muerte y que además era analfabeta y lavandera de profesión y de la cual siempre se avergonzó aunque ella lo mantuvo siempre con sus menguados ahorros y que apenas nacieron sus hijos se los quitó a su madre con argucias para entregarlos anónimamente en asilos de huérfanos, sin darles siquiera un nombre y desentendiéndose de ellos por el resto de su vida (1).

Es que generalmente estas famosas personas que manifiestan un inmenso amor abstracto por la humanidad, en los hechos concretos y con quienes tienen a su lado (mujer, hijos, padres, hermanos) se comportan peor que las verdaderas bestias.

Todo lo anterior viene a cuento porque una amable lectora (G.B.), muy joven al parecer, y muy probablemente una ex alumna, nos envía un mensaje preguntándonos si seguimos pensando que la falta de instrucción y la ignorancia son la causa de los tantos males que están asolando este mundo. En realidad si bien seguimos pensando que esa es una de las principalísimas causas, es evidente que la cultura y la educación no vacunan siempre contra la irracionalidad, la sinrazón y la estulticia. Conocemos casos de destacados profesionales y de personas sumamente instruidas que consultan con avidez a tarotistas, quirománticos, astrólogos, manosantas, gurúes, adivinos y toda laya de impresentables embaucadores.

En lo que hace a nuestra materia, el comercio exterior, es necesario como en todas las profesiones, tener una actualización y un estudio permanentes. Alguna vez que nos dieron la palabra en representación de los profesores en actos de despedida a los graduados como técnicos en comercio exterior o despachantes de aduana, dijimos a los egresados que si pensaban que ese día habían culminado algo estaban equivocados: recién empezaban. Ése era el primer día de su largo y verdadero aprendizaje. A G.B., que al parecer no ha olvidado esas palabras, le agradecemos por su mensaje y le recordamos que nuestra humana ignorancia en cualquier materia es infinita (2), por lo que deberá hacer de cada día un día de adquisición de nuevos conocimientos para tratar de ser una mejor profesional, y lo que es más importante, una mejor persona.

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