Un mundo color de vino
Las grandes utopías colectivas han pasado de moda, y ahora cada uno quiere la suya, personal, especialmente imaginada según sus necesidades y fantasías.
Como se sabe todas las utopías son pura imaginación, aunque algunas personas generan modestas alternativas dentro de un mundo real y las realizan, aunque no necesariamente en su totalidad, ya que en el mundo que estamos viviendo nunca se sabe qué va a pasar. Esto no es menor porque el desorden tanto mundial como nacional no facilitan las cosas sino que las vuelven altamente dudosas. Sin embargo sorprende que, en el mundo del vino, haya una importante cantidad de inversionistas individuales de otros países, compren viñas y se dediquen pacíficamente a elaborar vinos, todos ellos con gran cara de satisfacción y disfrutando tanto de lo que hacen como de vivir aquí.
Un ejemplo me lo dio un español que hace unos seis o siete años, con una importante posición internacional en el mundo financiero, decidió renunciar a ella y comprar una viña en la Argentina. En una larga conversación, le pregunté por qué eligió este país y no otros más tranquilos y prolijos, por ejemplo Nueva Zelanda y aquí empezó el tema: “En realidad –contestó- conocía Mendoza y siempre me había ilusionado la posibilidad de tener una bodega, ambos extremos se juntaban y vine a ver qué había. Lo hice sin demostrar un interés especial, hasta que llegó, un tanto casualmente, la oportunidad, una excelente finca, bien ubicada, con espacio para construir una bodega y, claro está, a muy buen precio. Antes de contestar pedí un par de días para pensarlo”, y por qué la duda, pregunté, y durante unos minutos reinó el silencio.
“Y sí –recomenzó-, me di cuenta que siempre me había sentido cómodo en la Argentina. Sin duda es un país algo desordenado, pero eso mismo le da un aire de individualismo, de libertad, de hacer las cosas como uno desea sin que, dentro de ciertos límites, claro, nadie se lo impida”. Mi reflexión fue la normal: ¡vivimos en un país caótico, y viene de lejos!. “Si, pero más o menos libres, en especial para los inversores que venimos de economías en donde todo es muy caro y está excesivamente regulado. Además reina una sensación rara, que no sabría definir, algo así como que las personas siempre tienen tiempo para conversar, comer con un amigo, dar consejos, discutir, algo que, creo, se está perdiendo en otras partes del mundo…” Argumenté que en Brasil era algo parecido en un país en ciertos sentidos más seguro. “Es probable, pero quería producir vino, y allá no se da bien”.
La conversación tuvo un giro al preguntar ¿por qué el vino?: “Es un producto que admiro y una industria claramente universal, lo que abre las puertas a la exportación, más allá que Argentina tiene un buen mercado interno”. Si, comenté, pero recesivo. “Es cierto, pero cuando comencé la búsqueda y compré la tierra no era así: ahora tengo que afrontar la realidad, por lo cual monté un restaurante en la bodega, organicé clases, en fin adicionales que siempre ayudan, sobre todo ahora que el turismo vinícola está de moda”. Al terminar la frase se produjo un momento de silencio y reinició: “Lo que pasa es que me siento muy cómodo en este país, en donde más allá que todo el mundo proteste continuamente por esto o aquello, reina un estilo campechano, en donde aun se encuentra gente que está dispuesta a ayudar, sin contar, en mi caso, que el paisaje de Mendoza, las noches de luna, el sol sobre la cordillera, es irresistible. Además, le repito, quizá ustedes no lo vean tan claro, pero la manera de vivir y trabajar aquí es muy distinta a la de Europa. Ese famoso ¡qué me importa! que descarta tantas cosas es estupendo y da una gran sensación de libertad. Será muy individualista y hasta egoísta, pero también relajante”.
La charla continuó largo rato por otros caminos menos filosóficos. Por la noche me dí cuenta que este hombre probablemente acertaba: pareciera que no tenemos conciencia clara de cómo es la vida en este país ¿no tendrán razón estos inversionistas individuales que buscan acá algo más que elaborar vino u otras cosas y lo encuentran? ¿No será que estamos tan enredados en las broncas que no vemos lo esencial? ¿No será que la famosa frase del Principito de Saint-Exupéry, “lo esencial es invisible para los ojos”, acabe teniendo razón y el propio autor, que tanto voló en cielos argentinos, quizá se haya inspirado en el “espíritu” argentino. No se, creo que es un buen momento para que lo pensemos. Copa de vino mediante.