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¿Por qué nadie le cree nada a AF?

¿Por qué nadie le cree nada a AF?

“Tenemos sólo dos problemas: el coronavirus y el Gobierno”. La frase pertenece a Juan Carlos De Pablo, un economista, a quien sus colegas llaman ‘el profesor’.


Por Walter Giannoni.


No quedó ahí. La siguiente referencia no dice nada que en el mundo de las empresas no se conozca pero vale la pena “escucharlo” de su boca: “Nadie le cree nada, es para agarrarse la cabeza”. Aludía a cada presentación y cada anuncio que realiza el presidente Alberto Fernández.

A decir verdad, desde hace años a ninguno de los gobiernos argentinos “nadie le cree nada”. Salvo un breve período en la gestión de Macri, muy corto y a la postre insustancial, la credibilidad en quienes nos conducen está indefectiblemente mellada. Hay que remontarse a una parte del ciclo menemista o a la primera etapa del kirchnerismo (el de Néstor) para encontrar señales de credibilidad.

Después fue todo desconfianza y ello se expresó claramente, por citar apenas una consecuencia, en la fuerte demanda de dólar billete para atesoramiento de la última década, sangría que jamás se detuvo y que aún hoy con un fuerte cepo se sigue expresando en la demanda.

¿Por qué nadie le cree a AF? es una pregunta que encuentra varias respuestas a la vista y es probable que él mismo deba convivir con esa situación lo cual es letal en términos económicos donde la confianza es todo.

Entre las respuestas a tamaño interrogante hay un motivo de origen. Buena parte de su credibilidad se esfumó en la alianza política que tejió para llegar a la Presidencia. Es un problema de génesis muy difícil de resolver.

El llamado “círculo rojo”, donde la credibilidad juega su principal partido porque es el motor de las inversiones, lo escuchó hasta el hartazgo vilipendiar en el pasado a su ahora socia política y luego deshacerse de cada palabra sin el menor remordimiento.

Así y todo algunos le dieron una chance (la industria, por ejemplo) cuando creyeron ver en Alberto a un moderado dispuesto a pilotear aquella sociedad y a encarar reformas en una economía en crisis, como la que dejó Macri, algo que el propio expresidente reconoce.

Nada de aquella expectativa se satisfizo. Por el contrario, la foto lo muestra enredado en el compromiso de salvar a Cristina Fernández de las causas judiciales que afronta y acorralado por ese sector que lo llevó, por ejemplo, al desatino de Vicentin, un error “garrafal” en términos de confianza.

Y para colmo, un detalle que no es menor, el propio AF es el principal vocero de su Gobierno.

El tema es que lleva menos de ocho meses de gestión y resulta absolutamente imprevisible saber cómo van a continuar los próximos 40. Fernández, antes que nadie, debería comprender que es otro enorme desatino forcejear con las instituciones. Como viene su derrotero las va a necesitar más cerca de lo que piensa.

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